jueves, 9 de abril de 2009

ESPEJO DE MADERA (por Fede Martinez)

Qué fe me tengo hoy muchachos! -exclamó Jacinto-. Seguro que hago un golcito, lo presiento.
-Si vos haces un gol, te juro que me retiro del fútbol -le dije de manera soberbia-.
-Primero hay que ver si aunque sea vas al banco -retruco Gabi- . Hoy somos 18 y quedan dos afuera.
-¡Que yeta que son!-. ¡Van a ver que les voy a tapar la boca!.
-Bueno, ¡basta! -dijo nuestro D.T.-. Afuera quedan Mario y Esteban. Jacinto vas de último hombre.
-Ó sea que juego de...
-Si, de titular, y al que no le guste le deja el lugar a los que quedaron afuera, ¿estamos?. -argumentó el D.T.
Alejandro fue el único en acercarse al defensor titular para felicitarlo.
-Gracias Ale, te prometo que el gol te lo dedico a vos porque sos de fierro.
Que confianza se tenía esa tarde este pibe, encima ninguno de los restantes del equipo queríamos que juegue. Lo que pasa es que sabíamos que no tenía condiciones ni para sacar un lateral, era de madera, un árbol plantado en el fondo de la cancha, faltaba que lo meara un perro y nada más. Pero la verdad es que ese partido nos dejó a todos boquiabiertos. No perdió una pelota de arriba, anticipó, salió jugando, reventó sólo dos pelotas a la tribuna, ¡una barbaridad!.¡Yo tenía una bronca...!. Al final del primer tiempo íbamos ganando 3 a 0. Me tranquilizó el hecho de que Jacinto no había cumplido su cometido, porque sino iba a ser mi último partido. La apuesta ya estaba hecha más allá de mis 35 años, todavía me quedaba magia en mi botín derecho.Cada vez que lo veía subir al área contraria para cabecear algún centro, temblaba. Es más, en uno de sus tantos intentos por convertir, reventó la pelota contra el travesaño, ¡casi me caigo muerto!. Es por eso que necesitaba abandonar la cancha, no iba a poder soportar tener que abrazarlo si concretaba el gol. Entonces acusé un tirón en el aductor de mi pierna izquierda para que el profe me cambie por el “Machin” Perricone, además faltaban diez minutos para el final del partido y seguíamos goleando, ya ni atacábamos, solamente rotábamos el balón para que la gente delire con el...“ooooleeee ooooleeee”.Cuando estaba por terminar el encuentro lo parten al “Machin” en la media luna del área y el caradura de Jacinto corrió y se apoderó de la pelota; obviamente, nadie se la quería dar pero el D.T. metido un metro adentro de la cancha gritó: “déjenlo patear a él, carajo...”.El silencio de velorio que se hizo en el banco de relevos fue sepulcral y desconcertante. Nuestro despreciado defensor acomodó la pelota, pidió distancia porque la barrera estaba muy cerca, el árbitro dio la orden y sacó un remate...¡con una calidad!. Era un ramo de rosas volando a ras del pasto, un poema de Borges, una pintura de Dalí; algo inexplicable. El arquero se quedó parado en el medio del arco y la pelota ingresó en el ángulo inferior derecho, en la ratonera, como dicen los relatores. Parecía Cenicienta entrando al palacio real, sin pedir permiso, pero brillando con luz propia.Alejandro corrió desesperado para abrazar al autor del gol que se quedó parado casi sin entender lo que pasaba, hasta que reaccionó, retribuyó el gesto de su compañero y salió corriendo en dirección hacia donde yo estaba parado. Miraba para todos lados, no sabía que hacer; encima lo tenía cada vez más cerca. Deseaba que me tragara la tierra, ¡que momento más incómodo!.Ya parado ante mí, extendió su mano diciéndome... -Nico, no hace falta que cuelgues los botines, si no, ¿a quién le voy a copiar la forma de patear los tiros libres?; o te creés que aprendí sólo?. No viejo, lo aprendí de vos... esbozó Jacinto mirando el suelo. No pude decirle nada, me sentí el peor tipo del mundo; el muchacho lo que más deseaba en su vida era hacer un gol. Y lo hizo imitándome a mí, nada más y nada menos. Debía sentirme orgulloso, pero mi soberbia que hasta ese momento formaba parte de mi vida, no me dejó actuar.
Hoy, lejos ha quedado esa anécdota, ya me he retirado del fútbol y tomé las riendas del equipo; ahora la figura es el experimentado Jacinto, capitán indiscutido del plantel, el único que tiene la orden de hacerse cargo de las pelotas paradas, ya sea en defensa o en ataque, porque nadie sabe pegarle como él. La teoría del alumno que supera al maestro se demostró y en verdad estoy muy felíz que así sea, porque fui, soy y seré, el maestro del querido Jacinto Ordóñez, mi muñeco de madera que tomó vida gracias a un gol soñado.


1 comentario:

Anónimo dijo...

La verdad es que los dos cuentos que estan posteados me han agradado, yo como mexicano que soy algo que admiro de los argentinos es lo gran mercadologos que son en cunto a sus futbolistas y esa pasion que llevan por sus equipos que para mi a veces es un tanto exagerada, pero quien soy yo para decir que esta mal verdad, en fin como cualquier ironia d ela vida descubri este blog a traves de la pagina de internet del equipo del cual soy aficionado en fin como conclusion me han agradado ambos textos. Atte: Ferch