miércoles, 27 de febrero de 2008

Los ángeles de Paco


Los ángeles de Paco (cuento de fútbol) por Fede Martínez, ilustración Seba Farias

Los que saben, dicen que jugador de fútbol se nace, no se hace. Será por eso que a Rafael "Paco" Redoni siempre le costó más que a nadie llegar a jugar como titular.
El pibe era arquero, bastante flojo y aunque le ponía empeño para mejorar nunca le alcanzaba. Siempre recuerdo el día que faltó el "flaco" Giménez, nos comimos ocho gracias al joven manos de manteca Redoni.
Pienso que estaba en el equipo porque era buen tipo, siempre era el primero en la fila a la hora de correr, alentaba a sus compañeros permanentemente. Se mataba practicando como si iría a jugar el sábado, pero sabía que le era muy lejana esa posibilidad.
Así y todo jamás faltó a un entrenamiento, llegaba antes que todos y se iba último!
Un día, yo como periodista de una radio local, le hice una pequeña entrevista en la que indirectamente le decía que ya era hora de que se alejara de las canchas, que le dé lugar a los de abajo; Paco me miró, sonrió y me dijo de manera certera... "por mí no te preocupes, algún día me llegará la gloria..." y se fue caminando despacio, silbando por lo bajo y con la frente siempre alta, quizás sabiendo que eso era imposible, por lo menos era lo que yo pensaba.
Ya habían pasado casi tres años de estar todos los partidos en el banco de suplentes del Sportivo San Martín, esperando siempre su oportunidad para ir al arco.
Yo siempre pensaba, pobre Rafael, ni los Santos ni los ángeles se acuerdan de este pobre tipo para regalarle un milagro... pero no... a veces los milagros existen y se pueden ver.
Hubo un partido que fue inolvidable para la retina de mis ojos: la última fecha del regional contra Atlético Urquiza, estábamos punteros a dos unidades del segundo que era nuestro clásico rival, con el empate éramos campeones, ¡¡¡sí, campeones después de 12 años de sequía!!!
El estadio de Sportivo hervía, 5000 personas se dieron cita para ver el partido; hasta el gobernador y su familia estaban sentados en la platea, no faltaba nadie. Se me pone la piel de gallina con el sólo hecho de cerrar los ojos y recordarlo...
Ganábamos 1 a 0 con gol del "chamaco" Elías, cuando el mejor jugador de ellos, de apellido Marasca, nos clavó un cabezazo al ángulo, certero, inalcanzable para nuestro portero. Para colmo de males, se nos lesiona nuestra estrella y carta de gol, el "tanque" Vargas...
Nuestro DT se dio vuelta, miró hacia el banco de relevos, señaló a Paco, lo llamó y le dijo... "cambiate de camiseta, ponete la 16, entrá y llenate la boca de gol...". Rafa quedó atónito, pero no podía hacer nada; él lo que le pedían hacía, era muy respetuoso en ese sentido, y ahí nomás se mandó para la cancha casi sin entender nada, pero contento por la oportunidad y confianza entregada.
Qué locura, pensé, poner a un guardametas de atacante, a un tipo que hace años que no toca una pelota ni con la mano, menos lo va a hacer con el pie.
Un poco más tranquilos y con el partido casi terminado, todos empezamos a festejar antes de tiempo, cosa que recomiendo nunca hacer…
En una jugada confusa, donde tiramos mal el achique, un delantero contrario queda mano a mano con nuestro portieri, el que le comete un penal evidente que nos hizo temblar a todos, y no sólo eso, sino que también fue expulsado por ser último hombre...
Paco en el centro del campo, no entendía nada, miraba sin ver para todos lados, hasta que sintió una dulce voz que le decía… "Lo tuyo es el arco, andá, nosotros te apoyamos..."
Paquito desató una carrera loca hacia donde se ubicaba el utilero para robarle el buzo y los guantes que le pertenecían después de tanto tiempo, para luego caminar lentamente con destino al arco que tanto extrañaba.
A más de uno lo vi retirarse con la cabeza gacha pensando que sería otro año sin títulos, lo confieso, yo también me quise ir, pero en el momento recordé lo que me había dicho Rafita, eso de la gloria y que se yo qué más.
¡Qué tarado soy!, pensé, si éste está más piantado que yo, encima el penal lo pateaba el "látigo" Ferreira, que nunca erraba, ni con los ojos vendados.
Redoni estaba confiado, pero a la vez se sentía como un rehén a punto de ser fusilado. Cerró los ojos, miró al cielo, se persignó y esperó hasta que el "látigo" sacara su remate con destino de red seguro.... si no fuera porque Paco logró desviar el balón con la punta de su botín izquierdo, mandándola al tiro de esquina, que nunca pudo realizarse porque el árbitro dió el pitazo final para alegría de todos los que estábamos presentes.
La gloria le había llegado, sin saberlo, pero siendo esperada en algún momento, era el hacedor de la hazaña de todo un pueblo, el héroe de las historietas, el sapo que se convierte en príncipe, el tipo que pasó de la oscuridad a la luz eterna en pocos minutos.
Una vez terminados los festejos y un poco más relajados de tanta algarabía, nos cruzamos en el túnel de salida, nos fundimos en un fuerte abrazo de amigos, y palmeándome la espalda me dijo... "viste, te dije que un día la gloria me iba a llegar, ¿sabés porqué? Porque nunca me olvido de mis ángeles, sé que ellos me cuidan y ayudan en todo momento, porque ese penal no lo hubiera podido desviar si ellos no hubiesen estado conmigo en ese momento. Te confieso algo, ese penal lo atajamos tres personas, mi hijito, mi hermano más chico y yo. Por eso nunca, te olvides de tus angelitos porque siempre están..."
Y se marchó... con su bolsito a cuestas y lleno de felicidad, no por ser el héroe ni por ser el nuevo ídolo, sólo por haber sentido cerca de él a sus fieles angelitos.


miércoles, 6 de febrero de 2008

Miguelo de primera


Miguelo de primera (cuento de fútbol) por Fede Martinez. Ilustración Seba Farias

Esa mañana de domingo me levanté distinto, confiado, con una alegría que sorprendió hasta a mi pobre viejita.
Tomé mi mate cocido con pan y salí al patio de tierra a patear contra el paredón de madera. Pum de derecha, pum de izquierda, más de una madera terminó quebrada de tanto recibir pelotazos. Así por lo menos hora y media. El solcito primaveral que me pegaba en la espalda ya me había robado el buzo y la remera y mi cuerpo empezaba a entrar en calor y en color cada vez más rápido.
A comer gritó mi papá Héctor, así que lavé mis manos y mi cara a esta altura llenas de tierra y sudor, antes de sentarme en la mesa.
Mientras almorzábamos mi padre me dio la peor noticia que podía esperar un domingo..." Mirá Miguelo esta tarde no voy a poder ir a verte, tengo q hacer un reemplazo en la fábrica, se me hace imposible, yo sé que ya sos grande y sabrás entenderme.."
Creo que se me cayó la cara sobre el plato y mi pera se quemó con el guiso carrero que había hecho mi tata, porque sentí un calor que recorrió todo mi cuerpo hasta hacerme transpirar.
Pasa que mi viejo, mi hincha número uno, mi espejo, mi mejor crítico y defensor, no iba a verme jugar, después de seguirme incansablemente por distintas canchas y pueblos de alrededor, nunca había faltado, nunca. Siempre estaba presente, con lluvia, frío, viento, si el último partido había soportado el granizo que cayó de golpe y que echó a los pocos padres que nos estaban mirando.
Cómo podía ser? Siempre que él iba me sentía respaldado, sabía que su grito de aliento estaba detrás del alambrado para ayudarme a que las cosas me salieran de la mejor manera.
Terminé de comer a duras penas, en cada bocado me parecía tragar arena de la forma que raspaba mi garganta, y sólo pasaba con un poco de agua que desaflojaba el nudo q tenía en la garganta.
Fuí a mi habitación, enrollé las vendas, lustre un poco más mis botines, junté del respaldo de mi cama el rosario de mi abuela, ése de madera que tomé prestado el día en que se mudó a pocas cuadras de casa, pero lejos de la realidad. Un rosario similar al que le regalé a Catalina, mi novia, nada más que ella no sabe que era de mi vieja y lo que representa para mí que ahora esté en sus manos, se lo dí porque se que lo sabe cuidar. Terminé de guardar todas las cosas en el botinero, abrazé a papá y luego de darle un beso en la frente a mi madre, me fuí pateando toronjas camino a mi querido Club Social y Deportivo Sarmiento. Ahí donde jugaron todos los hombres de la familia, aunque dicen que la tía Elenita era la q mejor jugaba, pero en los años 60 no estaba bien visto que una mujer juegue al fútbol.
Al llegar, me dirigí hacia el vestuario para encontrarme con mis compañeros de la reserva, al cerrar la puerta del vestuario volví a sentir lo mismo que al despertar, la sonrisa volvió a mi boca. Más aún cuando el DT me vaticinó..." Miguelito no te cambies todavía tu partido empieza más tarde, hoy jugás en primera..."
En ese momento un escuadrón de pingüinos golpeó mi cabeza, helando mi sangre. No sabía si ponerme contento, agradecer, llorar, gritar o patalear, lo único que hice fue quedarme mudo y con bronca por no poder ir a contarle a mi padre la novedad. Pensé en tomarme el subte y contárselo, pero entre viaje de ida y de vuelta a la fábrica no iba a llegar para el comienzo. Me puso mal el hecho de saber que le encantaría ver mi debut, se iba a sentir con culpa seguramente.
Al llegar la hora del partido mis piernas comenzaron a sentir un leve cosquilleo que subió hasta mi estómago. Logré tranquilizarme pensando que la titularidad no era mía de forma segura, algo que descarté inmediatamente al ver que el utilero me daba la camiseta número 10 con una sonrisa picaresca y diciéndome..."No te aflijas, entrá y hacé lo que sabés, como siempre..."
Esto no puede ser, pensaba una y otra vez, tanta alegría, así tan de golpe y no tener la dicha de que mi viejo la vea. Sentía que todo iba bien y cada vez mejor, pero mal a la vez, era inentendible para mí.
Salté a la cancha, toqué el cesped con mi mano derecha, me persigné mirando al cielo (como pidiendo ayuda) y después corrí inconscientemente hacia el lugar que ocupaba papá para levantarle el pulgar saludándolo en forma de cábala. Pero justo ese día q más lo necesitaba no estaba allí.
Durante el partido estaba casi ido, pensando en otra cosa, hasta que " Cachito " Gonzalez, nuestro DT, me llamó la atención desde el banco para que me
concentre y haga mejor las cosas. Ahí me dije: Bueno, ya está o aprovecho la oportunidad que me dieron o me sacan y termino más triste de lo que estoy.
El encuentro era feo, chato, como dicen... un 0 a 0 clavado. Hasta que estando parado en la media luna del área grande, recibo un pase perfecto y al darme cuenta de que estaba sólo, sin marcas, saqué desde lo más profundo de mi ser un terrible zapatazo q se clavó en el ángulo superior izquierdo del arquero contrario.
No lo podía creer, desaté una carrera desenfrenada hacia ninguna parte, me saqué la camiseta (abajo tenía una remera que decía, PARA VOS VIEJO) la revoleé para todos lados, estaba loco, no sabía qué hacer, mis compañeros me abrazaron tanto que terminamos tirados todos en el suelo.
La dinastía de los Hernández seguía haciendo historia en el club donde jugó toda la familia.
Una vez terminado el partido, que a propósito perdimos 3 a 1 (pero a mí poco me importó porque ese día el gol para mí equipo lo había hecho yo) y luego de comer las típicas hamburguesas a la parrilla que con tanto esmero nos regalaba la comisión de padres, emprendí la caminata de vuelta hasta casa con una gran sorpresa de regalo. Ese día batí mi propio record, caminé 30 cuadras en sólo 15 minutos, estaba muy ansioso por llegar.
Al entrar a casa y mirar sobre la mesa, noté que había un papel, el cual ignoré por completo, porque preferí acercarme hasta la habitación de mis padres para contarles mi hazaña. Pero al abrir la puerta y encontrarlos durmiendo profundamente, no me quedó otra que esperar hasta la mañana siguiente cuando ellos despertaran.
De vuelta en el comedor, tomé por curiosidad el papel que vi al llegar y q sin darme cuenta tenía mi nombre. Lo abrí y efectivamente era una nota para mí que decía... " Miguelo sabía lo de tu debut en primera, preferí decirte que tenía que trabajar para que puedas jugar tranquilo, lo hiciste muy bien y convertiste un golazo de otro partido. Te quiere. Tu papá..."
Un arsenal de lágrimas explotaron de mis ojos y una mochila muy cargada de tristeza saltó de mis espaldas. Es que mi viejo, ése que pensé que había faltado, estuvo más presente que nunca, como siempre a mi lado, disfrutando.
Lo que sí, aunque nunca se lo dije, es que presentí que había ido, porque una vez que hice el gol escuché su gruesa voz, justo detrás del arco donde había convertido.