domingo, 19 de abril de 2009

Brilla tu luz para mi

(cuento de futbol) por Fede Martinez. Ilustración Seba Farias





Santiago del Estero, Diciembre de 1981, la llegada del verano se hacía sentir en sus 47 grados a la sombra. El sol rajaba la tierra del monte árido, seco, carente de lluvias, quemándole los piecitos al pequeño Ernesto, que con sólo cuatro añitos jugaba con su amigo imaginario al fútbol, con una pelota de trapo que le había hecho su hermano mayor Alberto antes de partir a la gran ciudad en busca de su sueño.
Hacia allí también se fueron las esperanzas de Doña Olga Vicenta Juárez y la de sus hijos, quiénes se habían quedado junto a ella en la capital del calor; para pelearla juntos, día a día, tratando de llevar algo de comida a la mesa.Beto estaba en las inferiores de Boca Juniors hacía ya tres años. Nadie sabe como fue que lo descubrieron mientras jugaba para Güemes. Aparentemente fue un cazador de talentos el que llevó el dato hacia la Boca, recomendando que se acerquen a verlo, ya que lo había asombrado su calidad para pegarle a la pelota y la frialdad para definir frente al arquero. Aunque, lo que no le había gustado y le llamó la atención era su físico de flaco desgarbado, carente de olla, esa que más de una vez pasó por alto debido a la malaria.
Así y todo quienes vinieron a verlo dieron el visto bueno y se lo llevaron para que viva en La Candela, la pensión de los xeneises.
Varios meses pasaron sin recibir noticias del “flaco del monte” (como lo apodaron sus compañeros de inferiores), lo último que sabían era que andaba cada vez mejor y a un paso de jugar en la reserva.El fin de año traería consigo una carta y con ella el sueño de Beto y toda su familia, ya que en la última fecha debutaría en la primera reemplazando a Miguel Angel Brindisi, lesionado la fecha anterior. ¿Se lo imaginan al pibe de Santiago? Formando dupla con el “mono” Perotti en el ataque o tirando paredes con el genial Diego Armando Maradona.Doña Olga abrazó la carta y con lágrimas en los ojos reunió a sus hijos diciéndoles “hay que matar el cabrito esta noche debuta el Beto y tenemos que festejar; se nos adelantó el regalo del Papá Noel”Las zambas y chacareras no pararon de sonar en la radio que con tanto esfuerzo había comprado Don Omar, los chiquitos cantaban y bailaban mientras terminaban de asar el bicho.Ya reunidos en la mesa y luego de darle las gracias a Dios porque esa noche se comía, arrancó el partido con “el Alberto” dando el puntapié inicial.Por los relatos de Muñoz y los comentarios del “ratón” Ayala, el debutante era el mejor de la cancha. En tanto, en la casa de los Juárez no volaba ni una mosca, salvo cuando lo nombraban al “flaco” ahí era todo algarabía.
Pero como se sabe, las alegrías duran muy poco; en este caso nada más que 35 minutos, justo lo que duró prendida la Spica, la cuál ese día y como nunca se quedó sin pilas. Dejando a una familia entera más aislada que de costumbre. Las velas sobre las mesa parecían llorar en vez de derretirse , “Leguero” el perro más fiel de todos huyó desesperado de bronca al patio de tierra a ladrarle a alguna leyenda. Juan, Jorge y Ernesto se fueron a dormir con mucho dolor en sus almas; Olga quedó sola, juntando los platos y luego de barrer el comedor, tomo su silla y se fue a sentar a la puerta en compañía de la virgen de Lourdes y con la luna y las estrellas atestiguando su penar. Angustiada y a la distancia le pedía por favor perdón a su hijo, no podía perdonarse el olvido de comprar las pilas cuando fue al pueblo, días atrás.
Medio dormida sintió el grito característico de Don Zoilo Verón, que vivía a 100 metros de su rancho.
_¡Gol de Boca carajo! ¡Vamos todavía!
Olga saltó desesperada de sus sueños, corrió como nunca hasta lo de su vecino para saber si lo que había escuchado era cierto, perdiendo en el camino su chancleta derecha. Golpeó las manos y como no salía nadie de la casa preguntó:
_Don Verón, soy la Olga, ¿Fue gol de Boca? ¿Quién lo hizo?
_Si, Sra. Fue gol de Boca; pero no me pregunte quién lo hizo porque cuando lo iban a decir se me apagó la radio, usted sabe que me quedé sin pilas y no tengo de repuesto.
_Deje nomás, no se haga problema ya nos enteraremos, adiós Zoilo.
_Adiós changuita.
Desilusionada, aún más triste y renga se volvió caminando casi sin fuerzas, decidida ahora sí a dormir y esperar a que llegue el día para saber los detalles del partido.
Lo que le llamó verdaderamente la atención y quedó dándole vueltas en la cabeza unos segundos, fue el brillo que tenía esa noche la estrella de Omar; lucía radiante y su luz, que entraba por una de las ventanas del rancho, eran caricias que calmaban su penar.
Junto con el sol de la mañana, llegó otra vez el calor agobiante y los gritos de la Marta, para despertar a la más que cansada Olga de sus sueños...
_Despertate negra dale!
_Pero Martita, ¿estás loca? ¿Qué pasa?
_¡El Beto, Olga, el Beto....!
_¿Qué le pasó a mi hijo? ¡Decime por favor!
_Nada mujer, ¡hizo el gol del triunfo anoche! Ganaron 2 a 1 y fue el héroe, ¡los clasificó para la copa!
La negra, todavía dormida y con la lágrimas en los ojos, esta vez de alegría, entendió mejor lo que había pasado la noche anterior. El grito no había sido de Don Zoilo, era su marido que desde una estrella les avisaba de lo sucedido, para que ella y sus hijos sepan que el dueño de ese gol era su querido hijo Beto.

jueves, 9 de abril de 2009

ESPEJO DE MADERA (por Fede Martinez)

Qué fe me tengo hoy muchachos! -exclamó Jacinto-. Seguro que hago un golcito, lo presiento.
-Si vos haces un gol, te juro que me retiro del fútbol -le dije de manera soberbia-.
-Primero hay que ver si aunque sea vas al banco -retruco Gabi- . Hoy somos 18 y quedan dos afuera.
-¡Que yeta que son!-. ¡Van a ver que les voy a tapar la boca!.
-Bueno, ¡basta! -dijo nuestro D.T.-. Afuera quedan Mario y Esteban. Jacinto vas de último hombre.
-Ó sea que juego de...
-Si, de titular, y al que no le guste le deja el lugar a los que quedaron afuera, ¿estamos?. -argumentó el D.T.
Alejandro fue el único en acercarse al defensor titular para felicitarlo.
-Gracias Ale, te prometo que el gol te lo dedico a vos porque sos de fierro.
Que confianza se tenía esa tarde este pibe, encima ninguno de los restantes del equipo queríamos que juegue. Lo que pasa es que sabíamos que no tenía condiciones ni para sacar un lateral, era de madera, un árbol plantado en el fondo de la cancha, faltaba que lo meara un perro y nada más. Pero la verdad es que ese partido nos dejó a todos boquiabiertos. No perdió una pelota de arriba, anticipó, salió jugando, reventó sólo dos pelotas a la tribuna, ¡una barbaridad!.¡Yo tenía una bronca...!. Al final del primer tiempo íbamos ganando 3 a 0. Me tranquilizó el hecho de que Jacinto no había cumplido su cometido, porque sino iba a ser mi último partido. La apuesta ya estaba hecha más allá de mis 35 años, todavía me quedaba magia en mi botín derecho.Cada vez que lo veía subir al área contraria para cabecear algún centro, temblaba. Es más, en uno de sus tantos intentos por convertir, reventó la pelota contra el travesaño, ¡casi me caigo muerto!. Es por eso que necesitaba abandonar la cancha, no iba a poder soportar tener que abrazarlo si concretaba el gol. Entonces acusé un tirón en el aductor de mi pierna izquierda para que el profe me cambie por el “Machin” Perricone, además faltaban diez minutos para el final del partido y seguíamos goleando, ya ni atacábamos, solamente rotábamos el balón para que la gente delire con el...“ooooleeee ooooleeee”.Cuando estaba por terminar el encuentro lo parten al “Machin” en la media luna del área y el caradura de Jacinto corrió y se apoderó de la pelota; obviamente, nadie se la quería dar pero el D.T. metido un metro adentro de la cancha gritó: “déjenlo patear a él, carajo...”.El silencio de velorio que se hizo en el banco de relevos fue sepulcral y desconcertante. Nuestro despreciado defensor acomodó la pelota, pidió distancia porque la barrera estaba muy cerca, el árbitro dio la orden y sacó un remate...¡con una calidad!. Era un ramo de rosas volando a ras del pasto, un poema de Borges, una pintura de Dalí; algo inexplicable. El arquero se quedó parado en el medio del arco y la pelota ingresó en el ángulo inferior derecho, en la ratonera, como dicen los relatores. Parecía Cenicienta entrando al palacio real, sin pedir permiso, pero brillando con luz propia.Alejandro corrió desesperado para abrazar al autor del gol que se quedó parado casi sin entender lo que pasaba, hasta que reaccionó, retribuyó el gesto de su compañero y salió corriendo en dirección hacia donde yo estaba parado. Miraba para todos lados, no sabía que hacer; encima lo tenía cada vez más cerca. Deseaba que me tragara la tierra, ¡que momento más incómodo!.Ya parado ante mí, extendió su mano diciéndome... -Nico, no hace falta que cuelgues los botines, si no, ¿a quién le voy a copiar la forma de patear los tiros libres?; o te creés que aprendí sólo?. No viejo, lo aprendí de vos... esbozó Jacinto mirando el suelo. No pude decirle nada, me sentí el peor tipo del mundo; el muchacho lo que más deseaba en su vida era hacer un gol. Y lo hizo imitándome a mí, nada más y nada menos. Debía sentirme orgulloso, pero mi soberbia que hasta ese momento formaba parte de mi vida, no me dejó actuar.
Hoy, lejos ha quedado esa anécdota, ya me he retirado del fútbol y tomé las riendas del equipo; ahora la figura es el experimentado Jacinto, capitán indiscutido del plantel, el único que tiene la orden de hacerse cargo de las pelotas paradas, ya sea en defensa o en ataque, porque nadie sabe pegarle como él. La teoría del alumno que supera al maestro se demostró y en verdad estoy muy felíz que así sea, porque fui, soy y seré, el maestro del querido Jacinto Ordóñez, mi muñeco de madera que tomó vida gracias a un gol soñado.