domingo, 21 de diciembre de 2008

Soñando despierto (por Fede Martínez)

De chicos tanto mis hermanos como yo, no fuimos de pedir cosa por pedir. Sabíamos que primero había otras necesidades; antes que algún juguete, solíamos pedir un Topolino o un Jack con sorpresas; en fin, baratijas que sin dudas nos hacían muy felices.
Lo que si, por lo menos yo, siempre tuve sueños. Pocos, nada irracional, sino más bien que estén a mi alcance para poder cumplirlos.
Sin dudas, el que siempre rondaba en mi cabeza era el de salir a la cancha con los jugadores de mi equipo; de mascota como se dice. De pibe cuando iba a la cancha y veía que un chico o un bebé saltaba de la mano de un jugador, me metía por unos segundos en su cabeza y trataba de imaginarme lo que pensarían en ese momento tan glorioso; por lo menos para mí.
Quizás, para más de uno representaba darle el gusto a su padre para que después comente la hazaña de su hijo en las peñas con sus amigos. Para mí era algo inexplicable poder estar con la gente que alentaba cada sábado, por la que me quedaba ronco de tanto cantar.
Los años pasaban y yo crecía, pero mi sueño de niño seguía vigente; dentro de mí sabía que ese día iba a llegar.
Fue así como un 12 de diciembre de 1993 (cumpleaños de mi abuela) mi viejo me llamo gritando con enojo a su habitación, para hacerme una pregunta que me desconcertó.
_¿ Cómo vas a entrar a la cancha ?.
_¿ A la cancha ?- pregunté sin entender.
_ Si, a la cancha.
_ ¿ A la cancha, cancha ? o ¿ al estadio ? digo...a la tribuna.
_ ¿ Que entendés por cancha vos ?.
_ ¡ El césped ! - dije sin respirar-.
_ Ah no, yo te digo la cancha.
_ Papá por favor me estás mareando.
_ Ponete la camiseta que nos vamos.
_¡ Pero faltan tres horas para el partido ! ¡ Encima hace un calor de la Madona !.
_Hace caso, te espero en el auto.
Busqué la casaca y salí corriendo sin entender nada.
El viaje hasta la cancha fue casi eterno, mi viejo me miraba y se reía de manera pícara. Por dentro intuía algo, pero no quería ilusionarme en vano, preferí quedarme callado y esperar a que pase lo que tenía que pasar.
Al bajar del auto, tuve una sensación rara, mezcla de nervios y ansiedad; que crecieron aún más cuando mi papá me miró y dijo:
_ Hoy vas a cumplir tu sueño hijo.
Casi me desmayé, toda mi infancia pasó por mi cabeza, los recuerdos de las mascotas con los jugadores, las noches de desvelo pensando en pisar el suelo de la cancha, la foto con el equipo, todo en menos de un segundo.
Como dos criaturas corrimos hacia el playón de la entrada para hacerle guardia a los jugadores.
Lentamente comenzaron a llegar, saludaba a todos con una timidez increíble, me temblaban las piernas y no me salían las palabras; era la primera vez que veía a mis héroes tan de cerca.
Pasaron uno a uno delante mío pero yo seguía sin entrar al vestuario porque mi ahora amigo y en aquel momento ídolo del plantel “ Pichón ” Juaréz como buen santiagueño se hizo esperar y llegó último con su tranquilidad característica.
Yo seguía tan nervioso que por momentos me pellizcaba para saber si era realidad lo que estaba viviendo.
Al entrar el vestuario ( ya con nuestro guía de lujo ) me saqué fotos con todos los jugadores, el “ Mandioca ” Guzmán, Maxi Cuberas, Vivaldo, Vásquez, Gonzáles, Álvarez y demás ilustres desconocidos para algunos, pero no para mí; porque sabía y recuerdo a cada uno de ellos muy bien.
Conocí el mítico y casi desaparecido túnel por donde salían los jugadores. Subí esos escalones con los ojos cerrados y recién los abrí cuando pude sentir el olorcito a césped recién regado.
Más de una vez contuve mis lágrimas, no quería flaquear porque empeñarían mis ojos llenos de imágenes imborrables.
Después de pasar un rato sentado en el banco de suplentes, viendo sin entender y fantaseando ser un jugador de recambio, volvimos al vestuario ya para mantener los últimos contactos con los muchachos, desearles mucha suerte en el partido y prepararme para cumplir mi ansiado sueño de purrete.
La espera en la boca del túnel duró casi 15 minutos ( juro que para mí fueron más de 10 horas, era tal la ansiedad que tenía que me pareció que cada segundo se convertían en minutos y los minutos horas ).
Levanté la cabeza y miré a los cuatro sectores del estadio que estaba repleto de hinchas cantando y agitando banderas, aguardando la salida del equipo con papeles en sus manos a punto de ser dispersos a cualquier lado por el accionar del cálido viento veraniego.
_¡ Vamos nene que salimos ! – me dijo Juárez tomándome de la mano para que yo corriera a la par de él.
No pude decir nada, las palabras sobraban en ese momento. Quise callar; pero mis ojos hablaron por mí en ese sublime momento.
_Levanta las manos, saluda a la gente – me ordenó el central.
Lo hice, y toque el cielo con mis manos. Parecía un jugador profesional y más aún cuando posé para los fotográfos ( entre ellos mi padre ) con el brazo de nuestro capitán y símbolo de las inferiores Adrián “ Chupete ” Marini apoyado sobre mi hombro.
Me estreche en un fuerte abrazo con “ Pichón ” y luego de agradecerle, corrí desesperado buscando a mi viejo para abrazarlo hasta llegar a emocionarnos ambos hasta las lágrimas.
Ese día me di cuenta que el Niño Dios existe, para mí se llama Oscar, pero con orgullo le digo PAPÁ.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

MUESTRA

todos invitados!!!